Desierto del Sahara.
Sobre vías perdidas en las arenas corre el Tren de Hierro, considerado el más largo del mundo.
Tiene más de 300 vagones, todo ellos de carga, a excepción del último de la formación, el único coche de pasajeros.
Un par de bancos de madera son la única comodidad para los setenta u ochenta pasajeros que van en ese último vagón.
Allí viajé yo, hace ya algunos años.
En el vagón eran casi todos hombres del desierto, enfundados en sus inequívocas túnicas.
Al atardecer, apoyados en una ventana cerrada para evitar que las violentas ráfagas de viento del Sahara llenaran de arena el vagón, me miraron dos saharawis.
Sonriendo, los fotografié.
Ellos también me sonrieron.